jueves, 4 de septiembre de 2008

Cuento: DESPIERTA

DESPIERTA
Todavía no salía el sol, la negrura de la madrugada se negaba a correr la cortina que desviste el cambio en las rutinas, de los días. Tal vez…la misma madrugada tenía pereza.
Una mano le golpea suavemente la nalga y espera con paciencia que empiece el desarrugue mañanero, cual viejito lleno de pliegues en la cara y en el cuerpo de los cuales se quiere deshacer.
Pero tan pronto abre los ojos y pretende bajarse de la cama, las cobijas la atrapan. Aún tibias y suaves, empieza la afelpada batalla que la agarra y la envuelve, que no la quiere dejar ir y ella que se quiere dejar ganar. Un forcejeo eterno de unos cinco minutos que termina con el resignado triunfo de ella, que no quería la victoria.
Pone los pies en el suelo. Sus tupidas y cálidas medias la invitan a aceptar la revancha de las cobijas perdedoras; pero tan pronto la incitan, les enmudece la boca.
Su figura menudita hoy se levantó con patas de dinosaurio, pesadas para no dejarla moverse y retarla a la quietud. Las dirige por las mismas 3 baldosas blancas que cada mañana separan la puerta de su cuarto, de la entrada del baño.
A tientas busca el switch que mecánicamente encuentra cada día entre la gaveta de madera y la toalla azul con que la secaban de chiquita; esa que mamá en su afán recursivo y creativo partió en dos, el día que necesitó decoración nueva que combinara con el color del baño.
La luz la hizo mutar. Pasó de dinosaurio, a convertirse en vampiro. La enceguece, le hace fruncir los ojos y multiplicar las arruguitas entre los tallones vespertinos.
Tan pronto la abraza la helada sensación de la cabina fría, cientos de gotitas que quedaron del día anterior la miran con deseos de abalanzarse sobre sus brazos cual pirañas hambrientas de clavar sus fríos dientecillos en su piel erizada, pero la coartada perfecta de cada mañana, no demora: un chorro caliente de agua con la temperatura que oscila entre el recuerdo del agua con la que mamá suele hervir el agua de canela y el calor que ofrecen los costados de la nevera al recostarse contra ellos.
El vapor empieza a surgir, envuelve la cabina cual fiesta alborotada donde el humo no deja ver la cara de con quien se baila. Extiende la mano y encuentra el jabón blanquecino con puntitos rosados que según el comercial le dejará la piel con la sensación inventada que nunca llegó.
Llega el turno del shampoo. El de rubios radiantes que la hace alucinar con lograr el cabello que sale en la etiqueta y que le forma un copo enorme y cremoso en la cabeza.
La abraza la humareda blanca, la sensación la mece cual hamaca finquera de la que el vaivén impide bajar. La quietud, el silencio, todo confabula hasta que el plástico templado deja sentir el golpe suave de la yema de los dedos de mamá; aviso sin palabras de que el sol no esperara a nadie.
Parece haberle robado los cuatro brazos a Ganesha, Hace malabares con el tiempo y recupera el que gastó en su batalla vespertina.
Se mentaliza, se prepara a soportar el frio que contrasta con la ducha de la que aún se esparce el vapor que queda y antes de salir frunce sus labios y se aprietan las líneas entre ellos para darle un beso a mamá.
comienza la carera contra el tiempo, desearía que el barrio estuviera poblado de lianas salvajes y que tal como jane en la película pudiera saltar agarrada de ellas hasta llegar al bus; pero solo le queda agilizar el paso sin amañarse en el asfalto.
El bus es otro territorio. día a día se vive la carrera por un lugar donde sentarse , donde resguardarse de las frenadas que despegan los pies del piso y donde descansar de la penuria que implica la fría barra superior de metal para aquellos que no son altos y deben esforzarse por estirar sus brazos cual tentáculos.
La pesadilla de veinticinco minutos donde se mira, se estruja, se sienten los olores del almuerzo recién empacado y tibio, y no se da tregua a la ranchera, la balada, o la guasca. El día a día en el bus de sillas con cojinería roja y en el mejor de los casos, los codiciados de gris.
La estampida de estudiantes apurados se da en la esquina pantanosa que de húmedo tapete de bienvenida les sirve casi todos los días, cada vez son más, viene de todas direcciones, ella se mezcla entre ellos y logra pasar la amplia calle sin temores.
Ella entra, sube, se sienta y por fin…DESPIERTA.
Laura Giraldo G.

1 comentario:

N@Ty dijo...

Lao, ya te lo he dicho muchisimas veces: Me encanta tu forma de redacción, tu mente tan abierta ante cualquier posibilidad de escribir, ahí se ve reflejado tu amor por la lectura.
Te deseo lo mejor y ve ir pensando que tu destino en la comunicación está por la redacción.
Te quiero mucho y sabes que te deseo lo mejor!!